Seis víctimas del franquismo que la Justicia argentina (y no la española) visitará en su casa

Alejandro Torrús, Diario Público, 19.05.2014

La jueza María Servini visitará en los próximos días el domicilio de víctimas de la dictadura franquista, que por razones de edad no han podido desplazarse hasta Argentina. Será la primera vez que declaran ante la Justicia, pero no será ante la judicatura del país que cometió los crímenes.

“Garzón luchó por nosotros… pero no le dejaron”, dice Antonia Parra, de 77 años, con voz de resignación tras haber tocado la puerta de ayuntamientos e instituciones buscando los restos mortales de su padre, fusilado el 4 de septiembre de 1936. La Justicia española nunca la llamó a declarar en una causa abierta contra el franquismo. De hecho, nunca investigó los crímenes cometidos por la dictadura durante la Guerra Civil y los 40 años posteriores. La semana próxima, sin embargo, una jueza, María de Servini de Cubría, tocará la puerta de su casa para escuchar su tragedia. Aquella que le cambió la vida y la condenó a una infancia de miseria. La jueza pertenece, no obstante, al cuerpo de funcionarios de la Justicia argentina, la única que hasta el momento tiene una causa abierta que investiga el franquismo y que se ha interesado en escuchar los testimonios de las víctimas.

El testimonio de Antonia, los de las cinco personas que la acompañan en este reportaje y los de tantas otras miles de víctimas, han permanecido ocultos durante años. Grabados a fuego en lo más profundo de sus memorias y, como mucho, en alguna pequeña libreta donde han querido dejar constancia de sus vidas para que aquellos que provocaron y ganaron una Guerra Civil no ganaran también la batalla de la Memoria Histórica. Ahora podrán contarlo ante un juez. Están emocionados y también nerviosos. Paco Marín, de 92 años, aún llora cuando recuerda la última vez que vio a su padre. Se lo llevaban de su casa cuatro falangistas y cuatro agentes de la Guardia Civil. “Parece que lo estoy viendo mientras te lo cuento”, dice. Por fin, la Justicia escuchará también su tragedia. No es la española, como le hubiese gustado a todos ellos.

Faustina Romeral Cervantes, 90 años/ Madrid

 Faustina Romeral cumplió los 90 años el pasado 1 de mayo, una fecha que le ha generado muchos “disgustos” sobre todo durante su estancia en la cárcel entre 1946 y 1952, cuando no se permitía oír “ni una mosca” durante el 1 de mayo. “Pero yo no tengo la culpa de haber nacido ese día”, asegura con una sonrisa. La vida Faustina refleja a la perfección la tragedia que supuso la Guerra Civil. “Destrozaron la vida de mi familia solo porque mi padre era socialista.¿Tenían derecho a esto?”, se pregunta esta mujer.

Su padre, Eladio Romeral, fue alcalde de Mora, Toledo y diputado del PSOE Su padre, Eladio Romeral, fue alcalde de Mora (Toledo) entre 1931-1932 y 1931-1932 y en 1938-1939, asimismo desempeñó el cargo de diputado provincial por el PSOE. Por eso, cuando la guerra ya estaba perdida, Eladio se llevó a su hija y a su mujer a Alicante en busca de un barco que pudiera llevarlo al extranjero y huir de una represión segura. Alguien en el partido le había dicho que habría hueco para él. Pero el barco no llegó. Faustina y su madre fueron llevadas al campo de concentración de los almedros y el padre fue llevado al campo de Albatera. Ese momento, fue la última vez que vio a su padre. “Tengo grabada la imagen de los ojos de mi padre despidiéndose de mi madre y de mi. Él sabía que no nos volvería ver”, relata a Público Faustina.

A partir de este momento, la vida de Faustina y la de su familia sufre una tragedia tras otra. Por diferentes vías, los tres fueron enviados a Mora. Allí, su padre sería encerrado para en noviembre de 1939 ser fusilado. “El día que mataron a mi padre yo estaba en casa de una prima hermana mía muy lejana. Me acuerdo de ver pasar una vecina que estaba muy triste. Acto seguido mi prima me dijo que habían matado a mi padre“, cuenta.

Era el mes de noviembre de 1939. Durante semanas, Faustina se había estado escapando junto a una amiga para acudir a un parque desde donde se veía como sacaban por la noche a prisioneros. “Queríamos ver si sacaban a los nuestros. ¡Qué dolor!”, recuerda hoy esta mujer. Su madre, en cambio, sería encarcelada en el penal de Ocaña por el único delito de ser mujer de. Sus tíos también fueron encarcelados y uno de ellos moriría en la cárcel tras protagonizar una huelga de hambre. Sus casas fueron ocupadas por los miembros el ejército franquista. La de sus padres podría recuperarla poco después. La de sus tíos sería robada para siempre por el recaudador de impuestos de la zona.

Ella, que se había quedado sola “como un perrito”, se fue a vivir con unos familiares en una localidad vecina. Tras varios años en casa de su familiar, Faustina decidió mudarse a Madrid y comenzar a trabajar como enlace del PCE a las órdenes de Agustín Zoroa. Tenía que conseguir dinero para que su madre pudiera tener una vida digna. A pesar de la clandestinidad, esta es buena época para Faustina, que consigue traerse a su madre a vivir con ella. Sin embargo, el destino le daría un nuevo golpe. En 1946 fue detenida junto a los miembros de la Delegación del Comité Central o “Comité de Madrid”. Agustín Zoroa, su gran amigo, sería fusilado y ella pasaría por la Dirección General de Seguridad, por la cárcel de Ventas y por la de Segovia. En total, seis años. “Sabiendo que estaban a punto de detenernos, le dijimos a mi madre que se volvería al pueblo. Se salvó por dos o tres días”, relata Faustina.Ahora, con 90 años, Faustina se pregunta si mereció la pena tanto sufrimiento y tanto dolor. “Mira cómo están las cosas. ¿Ha merecido la pena tanta muerte y tanta destrucción? Siguen mandando los mismos que hicieron la guerra. ¿Serán capaces los jóvenes de darle la vuelta a esta situación”, se pregunta Faustina.

Francisco Marín Cabello, 91 años/ Sevilla

 Francisco Marín prefiere que le llamen Paco. Y que le tuteen. El usted, dice, le “hace muy mayor”. En enero cumplirá 92 años. De niño, antes de la Guerra, le gustaba ir a la escuela. Iba al colegio público Giner de los Ríos, en Sevilla. “Era una escuela que había fundado la República”, cuenta. Le gustaba tocar el piano y ya había aprendido solfeo. Él quería ser músico. Un día, el 18 de julio de 1936, su padre le dijo: “Si estos canallas triunfan… ¡Cuántas cabezas van a cortar!”. Apenas dos meses después, en septiembre de ese mismo año, fue fusilado. Su delito era ser comunista.

“Mi padre era comunista, dicen que murió con los brazos en alto gritando ¡Viva la República!”Manuel Marín Rodríguez, que así se llamaba su padre, fue detenido dos noches antes de su fusilamiento en su casa. Cuatro agentes de la Guardia Civil y cuatro falangistas fueron a por él. Paco, que por aquel entonces tenía sólo 13 años, lo vio todo. Llora cuando lo recuerda. Aún tiene la imagen grabada en su memoria. “Te lo estoy diciendo y es como si lo estuviera viendo. Estoy viendo ahora a los cuatro guardia civiles y a los cuatro falangistas. Mi padre tenía 38 años y rebosaba salud. Me ha dejado marcado para toda la vida“, relata a este diario.

Fue él quien tuvo que dar la noticia de su ejecución a su madre. Tras cinco días buscándolo en todas las comisarías de la ciudad, Paco se encontró casualmente con Miguel, vecino y camionero de profesión, que le contó que dos noches atrás le habían obligado a llevar a Manuel Marín y a otros 19 detenidos, entre ellos una mujer y un capitán de la Guardia Civil. “Él me contó que vio cómo fusilaban a mi padre. Me dijo que fue el más valiente de todos y que murió con los brazos en alto gritando ¡Viva la República!”, asegura.

El asesinato de su padre dio un giro radical a la vida de Paco. Dejó la escuela inmediatamente y comenzó a trabajar. Lo hizo en la misma fábrica donde trabajó su padre. Aún recuerda el momento en el que le entregó su primer sueldo a su madre. Eran 12 pesetas. “Mi vida la arruinaron porque mi vida hubiera sido otra. Dejé la escuela y la música y sólo pude ocuparme de llevar mi casa y a mi madre adelante. Éramos seis hermanos y mi madre estaba embarazada del séptimo y yo era el mayor de todos”, recuerda.

Ahora, cuando faltan apenas unos días para que la Justicia argentina toque su puerta, Paco reconoce “estar disfrutando” del momento y con todos los documentos preparados para mostrarlos a la jueza. En estos días de espera, recuerda especialmente las enseñanzas que le transmitió su padre: “Mi padre me hizo un hombre siendo yo niño. Una vez me dijo: ‘Paquito, hijo, el ejército mejor organizado del mundo es el clero'”, sentencia.

Antonia Parra Villalba, 77 años/ Marchena (Sevilla)

 Antonia nació dos meses después del asesinato de su padre, Antonio Parra Ortega. De él, heredó el nombre. Sus restos se encuentran supuestamente en la fosa del cementerio de Marchena, aunque aún no han aparecido. Ella ya casi ha perdido la esperanza. “Yo no tengo ya esperanzas en encontrar el cuerpo de mi padre. Pero quiero que siga la búsqueda y la lucha por la memoria, pero después de tanta búsqueda estoy ya desilusionada”, asegura a Público, que relata que a su padre lo mataron “por ser de izquierdas”.

Era el 4 de septiembre de 1936. Ella nacería el 4 de noviembre de ese mismo año. Su padre tenía 34 años cuando fue fusilado y dejó una viuda embarazada de siete meses y dos hijos pequeños. La mayor de los hijos se llamaba Libertad, aunque tras la victoria de Franco tuvieron que cambiarle el nombre y pasó a llamarse María. Desde pequeña ha escuchado en su casa el trágico final de su padre, aunque lo fue comprendiendo con el paso de los años.”Se quedó mi madre sola con tres niños y pasamos mucha miseria. Nunca paró de trabajar. Me acuerdo que con la ropa de mi padre nos hacía ropa para nosotras que arreglaba a su manera cosiendo. En el verano, por ejemplo, nos hacía alpargatas con suelas y retales de costales. Estábamos en la miseria absoluta”, relata.

“Mi madre nos hacía ropa con la ropa de padre. Pasamos mucha miseria”

Tras tocar la puerta de ayuntamientos, alcaldes, defensores del pueblo y las más diversas instituciones, Antonia podrá contar durante los próximos días su tragedia a la Justicia argentina. Se siente “impresionada”. “Pensábamos que teníamos que ir a Madrid, pero nos han dicho que vendrá ella hasta aquí. Eso sí, es la Justicia de otro país. Esta aún es incapaz. Garzón lo intentó… pero no le dejaron”, sentencia.

 Julen Kaltzada Ugalde, 78 años/ Busturia (Euskadi)

 Julen Kaltzada es uno de los aproximadamente cien curas que pisó la cárcel de Zamora durante el franquismo. Antes, en 1937, su padre fue detenido y fusilado por su cargo de concejal en el ayuntamiento de Vitoria. Él decidió continuar la lucha contra la dictadura desde su posición de sacerdote. Entre el 30 de mayo y el 1 de junio de 1969 permaneció encerrado, en huelga de hambre, en la sede del obispado de Bilbao en protesta por las torturas que cometía el régimen en las cárceles. “Me echaron 12 años de cárcel por rebelión militar por haber estado cuatro días en huelga de hambre”, relata a Público Kaltzada, que fue condenado en los Procesos de Burgos de 1970 acusado también de colaborar con ETA.

Fue a la cárcel por colaboración con ETA. Antes, en 1937, su padre fue detenido y fusilado por su cargo de concejal en Vitoria

“Tras el encierro enviamos una nota a París explicando que hicimos la huelga de hambre para denunciar las torturas del régimen ya que si los obispos callaban teníamos que hablar los sacerdotes”, prosigue. En 1977, Kaltzada salió de la cárcel con la ley de Amnistía y comenzó una larga trayectoria política y lingüistica. Tras abandonar ETA, no se integra en ninguna organización política y comienza a dar clases de euskera para adultos y a traducir clásicos de la literatura europea al euskera. En 1989, encabezó las listas al Parlamento Europeo por Herri Batasuna. En 2003 fue cabeza de lista de Autodeterminaziorako Bilgunea (AuB) y en 2007 apoyó públicamente el manifiesta de ANB Guk euskal nazioa, Independentzia.Julen cuestiona que la Justicia española actual haya conseguido librarse de la herencia franquista. “Antes me condenaron y ahora la Justicia no ha dicho en ningún momento que aquella condena no fuera válida o fuera mala”, asegura, Julen, que señala que se apuntó a la Querella Argentina para que las cosas mejoren y pueda haber, al fin, justicia para todos.

Teresa Álvarez Alonso, 93 años/ Madrid.

Teresa nació el 26 de noviembre de 1920 y, tras la caída de Asturias en manos del ejército franquista, comenzó la tortura de su familia. Su abuelo, su padre y un hermano serían encarcelados y otro hermano desaparecería para siempre. En el caso de su abuelo, Evaristo Álvarez fue detenido después de la Guerra acusado de pertenecer al Comité de Guerra de Trubia. Tras ser condenado a 30 años y un día, fue desplazado a la Isla de San Simón, en Redondela (Pontevedra). Aparecería muerto en el cementero de Vigo el 30 de abril de 1942. Un compañero salido de la misma cárcel (natural de Trubia), fue a casa trayendo sus efectos personales. El compañero aseguró que lo vio muerto, de “descomposición”.

Su abuelo, su padre y un hermano serían encarcelados y otro hermano desaparecería  El padre de Teresa , Francisco Álvarez, fue detenido acusado de ocupar una casa que pertenecía a un coronel. Tras pasar por varios campos de concentración fue liberado porque “no valía para trabajar en el batallón de castigo”. De la prisión saldría sordo. “Los falangistas le metieron la varilla de un paraguas por el oído, dejándolo sordo”, escribe la nieta de Teresa, Inés, a Público. Además del encierro de su padre y abuelo, con la consiguiente muerte del abuelo y sordera del padre, Teresa tuvo que vivir la persecución de dos de sus hermanos. Sancho Álvarez, que había nacido en 1918 en Bayo (Asturias), fue detenido por los falangistas por “estar manchando en sangre” y fue llevado al centro de detención de Grado. Teresa, encargada de llevar comida a sus familiares presos, buscó a su hermano en el campo y se acercó al sótano donde estaban los presos. “Un detenido le dijo que a Sancho lo sacaron a las doce de la noche a pasear”, cuenta su nieta a este diario, que señala que nunca más se volvió a saber de él. El otro hermano, José Álvarez Alonso, fue detenido y encarcelado. Más tarde sería llevado a un batallón de trabajadores en Barcelona donde terminó su condena de “aproximadamente” dos años. Tras su liberación, regresó a casa y se marchó a Argentina.

Felix Padín Gallo, 97 años/ Miranda de Ebro

   Félix Padín tiene 97 años. Este mismo mes de mayo será homenajeado en el Parlamento de Euskadi. Su memoria es historia viva de la Guerra Civil. Luchó en los batallones de la CNT Isaac Puente y Durruti. Primero como miliciano y después como sargento. El 16 de junio de 1937 fue detenido en Burgui (Vizcaya) y comenzó un largo peregrinaje como preso. Ahora, con 97 años, y en silla de ruedas, prepara su querella para adherirse a la Querella Argentina. La jueza María Servini en los próximos días.

Padín pasó seis años de su vida en batallones de trabajo forzado. Fue obligado a cavar trincheras en primera línea de fuego. “Mientras trabajaba para el enemigo, pensaba que si me mataban sería justo. Estaba ayudando a que los míos perdieran la guerra, pero no tuve otro remedio”, señaló Padín en una entrevista concedida a El País en 1977.

Luchó en los batallones de la CNT Isaac Puente y Durruti. Fue detenido en el 37 Antes de su detención, Padín había sido testigo del primer bombardeo del ejército franquista sobre población civil. Fue el 22 de julio de 1936 y sucedió en la pequeña localidad de Otxandio (Bizkaia). El pueblo estaba celebrando sus fiestas patronales cuando dos aviones Breguet XIX con banderas republicanas pintadas sobrevuelan el casco urbano entre las 9.00 y las 9:30 de la mañana procedentes de Logroño. Los ciudadanos, tras ver la bandera republicano, continuaron sus fiestas. De pronto, comenzaron a caer bombas causando la muerte de 57 personas. Esa misma tarde otro avión surcó los cielos de Otxandio pero esta vez su objetivo no fue la villa sino Bilbao, donde arrojó proclamas firmadas por el General Mola invitando a la población y autoridades a rendirse.

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